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DEJÁTE ATRAPAR POR ESTA MÁGICA HISTORIA

La leyenda de la guayabera

En la cima del cerro del “Cihualpilli” de Tuxpan Jal. Existe un Guayabal Encantado que misteriosamente aparece y desaparece varias veces al año. Esto lo contaban los ancianos de algunas familias por la noche, acompañados de un buen cafecito de olla, y rodeados de niños y jóvenes boquiabiertos por la emoción de un relato, que sentados y apretujados en el suelo, quizá en el patio o en la calle ante una fogata.

Así es muchachos, continuaba el adulto mayor. Dice la leyenda que en verano y otoño sobre todo, una veintena de hermosos árboles de guayabas llenos de fruta, aparecen inesperadamente y permanecen por unos minutos, y así también desaparecen.

Pero lo más asombroso, platicaba la gente. Era que en el pie de algunos de esos árboles, existían una especie de hoyos o agujeros que se conectaban con mundos extraños. Que solía verse a unos seres pequeños del tamaño de una mazorca que cortaban la sabrosa fruta, y desparecían con ellas por los pasadizos, haciendo filas como hormigas. Se decía que eran muy ariscos y desconfiados, al menor ruido sospechoso de presencia humana, desaparecían veloces por los túneles.

Cierta ocasión, dos jóvenes de alguna manera, lograron hacer amistad con aquellos misteriosos habitantes de lugares desconocidos, y que tenían mucha semejanza con los humanos, pero en pequeño. Estos los invitaron a conocer el lugar donde Vivian, dándoles a beber un brebaje especial, el cual los achico al tamaño de ellos.

Lo que pensaron a primera vista, que sería un agujero como de ardillas o conejos, quedaron asombrados al observar que eran pasadizos perfectamente estructurados y construidos, para dar una gran seguridad a los que los utilizaban. Cuando salieron al otro lado después de unos minutos de caminar, guiados por aquellos seres de leyenda con apariencia bondadosa e inteligente, quedaron anonadados, estupefactos.

Ante sus incrédulos ojos, estaba un hermoso y simétrico pueblito con casas sencillas, amplias y todas iguales, pintadas de blanco con techos de teja roja. Tenían un bello jardín con un gran árbol al centro, y una fuente que emanaba cristalina agua que se vertía a un estanque con peces de colores. Al centro del poblado, estaba un exuberante jardín con prados llenos de flores y una gran fuente, que elevaba el agua varios metros, además un entorno rodeado por verdes colinas.

Los llevaron ante tres venerables ancianos, que les dijeron eran una especie de armonizadores del pueblito. Estos, muy sonrientes y bondadosos, les explicaron a los jóvenes que su mundo existía en otra dimensión, donde predominaba la paz y la armonía, producto de una larga evolución de la mente.

Dicha evolución había superado, a través de miles de años, la ambición, el egoísmo, la maldad en general. Y ahora Vivian solamente para ser felices con una vida sencilla, sin tecnologías ni contaminación de nada, alcanzando una avanzada espiritualidad.

Sabían también que, su origen provenía de un creador universal de manera programada y propositiva, como tantas otras vidas inteligentes que existen en el universo. Eran muy longevos, pero al morir su cuerpo, su energía vital que es inmortal, pasaba a dar vida a otro ser en otros mundos, y así eternamente, tal como era la finalidad del gran hacedor de vida en el universo, y quizá de muchos universos, y que por supuesto nadie lo conocía, pues estaba más allá de su comprensión, pero que sabían que existía.

Estuvieron un día y una noche en ese maravilloso lugar. Les dijeron estos increíbles seres, que por lo único que habían construido los túneles interdimencionales, es porque les encantaban las guayabas del cerro del Cihuapilli, y solo podían replicar los árboles en verano y otoño, cortar la fruta y llevársela, ya que nunca habían podido reproducir una semilla, o plantar ningún árbol que les diera esta exquisita fruta en sus tierras. Que evitaban a los humanos porque persistía aun en muchos de ellos, la maldad, el odio, el egoísmo, el belicismo Etc. Luego, los llevaron de regreso hasta el pie de uno de los guayabos. Se despidieron de los muchachos con gran cordialidad, dándoles a beber nuevamente el extraño brebaje que los volvió a su tamaño original.

Cuando regresaron a Tuxpan, acordaron platicarlo solo a muy contadas personas, con la promesa de guardar el secreto, pues de lo contrario serian el centro de burlas y bromas.

Hoy en día uno de ellos ya murió, el otro afortunadamente vive como una respetable persona de la tercera edad, en algún de Tuxpan. En verano y otoño, no dejaban de regresar a la cima del legendario cerro, con la esperanza de volver a contactar con los fantásticos seres de otro mundo. Pero nunca más los volvieron a ver, ni siquiera el guayabal encantado.

AUTOR: JOSÉ SILVA VÁZQUEZ.

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