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DEJÁTE ATRAPAR POR ESTA MÁGICA HISTORIA

La leyenda del todo o nada

El cerro del Cihuapilli es el que está frente a nosotros, se parece a muchos de esta región de Tuxpan, pero éste esconde misterios que pocos conocen. Uno de ellos es el que vivió en carne propia mi tío Estanislao, cuando yo tenía diez años. Él laboraba la cal, sacaba las rocas de un barbecho que tenía en el Cihuapill, del lado que no se ve desde aquí. También allí tenía su horno que alimentaba con leña de ocote y después bajaba su producto encostalado en burros. Uno de esos días que el calor pega duro, sofoca y hasta parece que la misma tierra sufre, él regresó con sus burros de oquis, lo que a mí me pareció extraño. No habló, como otras veces que nos pedía ayuda para descargar los animales, sino que se encerró en su cuarto. Su esposa, mi tía Pascuala, trató de hablar con él, pero no le abrió la puerta. Yo estaba muy encariñado con él, lo veía como a mi padre porque era huérfana. Antes de encerrarse le vi la cara y se dibujaba que algo malo había pasado. Pronto se me pasó la preocupación y ya no le di importancia. Al día siguiente por fin salió, estaba de mal ver, amarillo y desganado. Tuve algo de miedo y me alejé de él. Su esposa hacía tortillas y no se había dado cuenta, pero lo hizo cuando él se sentó a la mesa. No parpadeaba ni decía palabra por más que le buscaran plática. Fue en ese momento que Pascuala se dio cuenta que algo no andaba bien, se lavó las manos, colgó el mandil y salió. Yo y otros niños nos quedamos a solas con él. Siguió sin decir nada. Por fin regresó mi tía con una sobadora. Lo metieron a su cuarto y pidieron ungüento de manteca, se encerraron con él y nosotros nos quedamos afuera. Como  todos los niños éramos curiosos, nos quedamos tras la puerta a oír lo que decían: «Pascuala —dijo la sobadora—, tu señor no padece de enfermedad, padece de susto, lo mejor para él es darle poleo del cerro.» La mujer se fue y mi tía le pidió a su esposo que le contara qué había sucedido. Tardó un buen tiempo en darle respuesta: «Me encontraba en la cueva arrancando piedra y poniéndolas en las parihuelas para llevarlas al horno, cuando al pegar con el pico se desprendió una piedra de buen tamaño. Y en el hueco que dejó se encontraba una petaquilla, de esas grandes de madera y chapetones, copeteada de monedas doradas, brillantes. Al ver semejante fortuna y pensar en mi pobreza, pensé que me hacía rico. Cuando me acerqué y quise tocar aquello, para estar seguro que no era un sueño o ilusión, apareció en el mismo lugar un catrín, un hombre de negro y sombrero como nunca había visto. Me dio miedo porque se le notaba que era un animal, y me dijo con voz ronca: — Todo de una vez o nada, y de cualquier manera no vengas más a este lugar. »Las piernas me temblaron, y como pude salí corriendo. Nomás pude traer mis animales, ahí quedaron tirados los costales de cal y los avíos de trabajo». Cuando se repuso, mi tía le pedía que regresara por sus cosas, pero él le contestaba que ni loco que estuviera volvería a poner pie en ese lugar. Abandonó para siempre el oficio de calero y se dedicó a vender cacahuates en la plaza, sin nunca perder de vista al cerro. Por lo que vivió Estanislao Silva, me atrevo a creer que el cerro Cihuapilli está encantado. Claro, para algunos, no para todos

 

[Florentina Vázquez Martínez «Doña Flor»].

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Venus Vega

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